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...as time goes by...




Nunca entendí de relojes. Ni de contar hacia adelante o hacia atrás las horas muertas. Las horas vivas no, esas se viven y punto. Nunca comprendí el intrincado laberinto de las manecillas, las ruedas esas dentadas que evocan en mí una inusitada emoción, el brillo consciente de que todo encaja, de que somos una simple prueba para que el resto pueda, a su vez, ponerse a prueba y ser eficaz.
Ser completa.
Desde hace un tiempo hablo en femenino. El tiempo también es femenino. Las caderas son femeninas y los michelines también lo son. Son fértiles como el tiempo caminando hacia adelante o hacia atrás. Son de mujer sin reloj en la muñeca, sólo en el móvil. Sin prisa mas que en la tierra, fecundando más lenta que el cemento. Esa frecuencia que tirita y tirita, apósito sin herida, hasta el palpitar del lamento.
Los relojes digitales también son estériles. Siempre tuve que poner el despertador cinco minutos antes de levantarme para poder disfrutar de mi piel bajo las sábanas. Tocarme las tetas en soledad, como a ellas les gusta. Los relojes digitales saben de esas cosas. No son como los hombres, rígidos e impacientes. Los relojes digitales saben despertar a una mujer: primero con caricias repetitivas en la oreja, después, sólo tienes que levantarte del colchón para estrellarlos, "¡bum!" contra la almohada.
 

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